En un mismo gallinero, dos gallos amigos se enzarzan.
El primer gallo enuncia al gallinero entero que todos somos prisioneros de nuestras elecciones y esclavos de nuestras palabras.
El segundo gallo le rebate y, olvidando por un momento ser gallo, se pavonea ante las gallinas matizando que todos podemos llegar a ser -¡cuidado!- prisioneros de nuestra elección de ser libres.
El primer gallo se apresura en hacer uso de su verbo directo para dejar claro que -¡ojo!- solo pretende la realización intelectual.
El segundo gallo no, porque ha estado ya en otros gallineros y llegados a estas alturas, no pretende menos que la realización trascendental.
Mientrastanto las gallinas, cansadas de tanta verborrea y de que los gallos no les ayuden nunca a incubar los huevos, se reúnen en asamblea y deciden colegiadamente, no volverse a dejar tocar por ninguno de los dos gallos hasta que no vuelvan a comportarse como tal.
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El primer gallo enuncia al gallinero entero que todos somos prisioneros de nuestras elecciones y esclavos de nuestras palabras.
El segundo gallo le rebate y, olvidando por un momento ser gallo, se pavonea ante las gallinas matizando que todos podemos llegar a ser -¡cuidado!- prisioneros de nuestra elección de ser libres.
El primer gallo se apresura en hacer uso de su verbo directo para dejar claro que -¡ojo!- solo pretende la realización intelectual.
El segundo gallo no, porque ha estado ya en otros gallineros y llegados a estas alturas, no pretende menos que la realización trascendental.
Mientrastanto las gallinas, cansadas de tanta verborrea y de que los gallos no les ayuden nunca a incubar los huevos, se reúnen en asamblea y deciden colegiadamente, no volverse a dejar tocar por ninguno de los dos gallos hasta que no vuelvan a comportarse como tal.
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